La irrupción de la pandemia por el coronavirus ha servido, entre otras cosas, para que desde las instituciones europeas se haya puesto el foco en la transición hacia un nuevo modelo energético, como uno de los vectores en los que apoyar la necesaria reactivación económica.
Una reactivación que el caso español deberá producirse en un escenario en el que, si atendemos a los pronósticos de organismos como el Fondo Monetario Internacional, la economía española caerá este ejercicio un 12,8%, si no más, y la recuperación no se alcanzará hasta 2023.
También parece claro, casi nadie lo pone en duda, que es de imperiosa necesidad, acelerar la descarbonización de la actividad humana en la Tierra, para mejorar la calidad de vida en las ciudades, donde se concentra el 70 % de la población mundial, y ayudar a paliar los efectos de una naturaleza que se rebela, con consecuencias cada vez más devastadoras.
En un mundo global e interconectado, donde la inmediatez a pasado a formar parte de la identidad de la sociedad occidental, el transporte juega un papel determinante. Un transporte consumidor de energíaque debe afrontar esta reconversión energética, sin perder un ápice de su eficiencia. Por eso, esta transición va a requerir de nuevas soluciones que den respuesta a las necesidades energéticas de todos los sectores.
[sumario]Gas natural, electricidad e hidrógeno, son los tres vectores en los que debe de sustentarse la solución a la cuadratura del círculo, de conseguir una movilidad limpia, conectada y competitiva.[/sumario]
Una transición energética, que además de ser sostenible desde un punto de vista medioambiental, no se puede obviar, deberá serlo también en el plano económico y social. Una movilidad, en definitiva, limpia, conectada y competitiva.
Aunque a día de hoy, desde un punto de vista técnico, no todo es electrificable, hay sectores para los que la electrificación no es una alternativa viable actualmente, como en el transporte de larga distancia, empiezan a conocerse proyectos basados en hidrógeno, la gran “esperanza”, que auguran soluciones “neutras en emisiones” en el horizonte de la década de 2030.
Una fecha para la que Europa se ha marcado el ambicioso objetivo de conseguir una reducción de al menos un 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero con respecto a 1990.
En este contexto, el gas natural ya está contribuyendo a que, por ejemplo y como un primer paso, se reduzcan emisiones en transporte por carretera y en el marítimo. La mayor parte de países europeos y también España está apostando por el desarrollo de proyectos de hidrógeno verde como una alternativa renovable.
En estos tres vectores, gas natural, electricidad e hidrógeno, debe de sustentarse la solución a esta cuadratura del círculo, que por la cuenta que nos tiene, debemos de ser capaces de lograr.
