La sostenibilidad viene articulando gran parte de las estrategias empresariales y políticas en las dos últimas décadas. Sin embargo, de un tiempo a esta parte crecen las voces que llaman a revisar un proceso tramendamente largo y complejo, con unos costes que asustan.
Más que volver a maltratar el medio ambiente, lo que reclaman algunos es pensar las cosas con más sensatez y teniendo en cuenta su impacto económico y el estado actual de la tecnología antes de lanzarse a nuevas exigencias.
Lo que sí que es cierto es que la sostenibilidad es una tendencia que ha calado en la sociedad y en la economía. Además, lo ha hecho para quedarse.
La logística y el transporte son ámbitos en los que se viene imponiendo un control de las emisiones contaminantes desde hace largo tiempo y todo hace prever que se seguirá así. La actividad ha tenido tradicionalmente la consideración de contaminante y por ello todos los esfuerzos que se hagan en este terreno siempre serán considerados pocos.
Como evidencia, el transporte viene recortando emisiones a gran escala y con cuantiosas inversiones sin que exista un eco social de estos avances primero con los motores diésel, después con el gas, ahora con la electricidad y en un futuro no muy lejano con el hidrógeno.
Además, la situación de la industria automovilística en general y el largo plazo en que se articulan sus inversiones invita a pensar que la apuesta por la sostenibilidad no solo no es flor de un día, sino que es un impulso difícil de revertir.
La electrificación tiene implicaciones que van desde la motorización a la manera en que se conducen los camiones”.
Todas las grandes marcas se han fijado objetivos a largo plazo, para 2050, con etapas intermedias y la oferta sigue creciendo a medida que los transportistas van entendiendo también que la sostenibilidad es una cuestión de capital importancia para sus clientes, no solo como herramienta de marketing ante los consumidores finales, sino que articula la gestión de sus cadenas de suministro, desde el transporte primario al abastecimiento a tienda, pasando por labores de reparto, transporte nacional y regional.
Electrificación y un nuevo ecosistema
De igual modo, la electrificación del transporte supone una transformación radical de esta actividad, con nuevos servicios, otra forma de afrontar el mantenimiento y la mecánica, un manera diferente de conducir,...
En definitiva, la sostenibilidad se ha convertido en un aspecto indispensable para el sector que no se entiende sin el otro proceso transformado paralelo que vive la industria y que está relacionado con la digitalización.
Digitalización y sostenibilidad son las dos caras de una misma moneda, la de la apuesta por un sector más ágil, más eficaz, más eficiente y menos contaminante.
Así pues, parece más que evidente que la redefinición del alcanza del proceso de descarbonización del transporte se está reconfigurando, pero no se dejará de lado en ningún caso.
Precisamente en este mismo sentido, las propias marcas de camiones ensayan el uso de camiones eléctricos en sus cadenas de suministro, principalmente en circuitos cerrados para abastecimiento de piezas y componentes a sus propias plantas de producción.
En esta línea también, nuevos avances tecnológicos amplían las posibilidades de la electrificación, acercan la llegada del hidrógeno y, al mismo tiempo, dan un nuevo impulso a los biocombustibles.
En el terreno de las baterías los avances se producen a velocidad de vértigo. De cara al futuro más inmediato, la industria trabaja en baterías de estado sólido. Estos desarrollos utilizan productos cerámicos o polímeros para el almacenaje de electricidad.
Con ello se consiguen baterías más pequeñas y ligeras que permiten recuperar espacio de carga, así como incrementar la autonomías dada su mayor eficiencia. Por otra parte, la electrificación del transporte implica un cambio radical en cuanto al ecosistema de los servicios que necesitan los transportistas.

Esta transformación implica nuevas necesidades en cuanto al mantenimiento de los vehículos, su repostaje, la gestión de rutas y la manera en que se conducen estas unidades, entre otros aspectos.
Los fabricantes están respondiendo con la puesta en marcha de nuevos servicios con los que se pretende dar una cobertura integral del proceso de electrificación, sobre todo si se tiene en cuenta que, hoy por hoy, las rutas que se realizan con camiones eléctricos no son rentables económicamente y solo ofrecen beneficios desde un plano meramente de atención a clientes con necesidades de descarbonizar sus cadenas de suministro o desde el punto de vista de la imagen.
Sin embargo, la tecnología de los vehículos eléctricos avanza a gran velocidad y en pocos años se equiparará la rentabilidad de ambas opciones. Mientras tanto se espera la llegada del hidrógeno como apuesta de largo recorrido para servicios de transporte pesado en larga distancia.
Cada día que pasa se multiplican las experiencias con pilas de combustible, e incluso directamente con este mismo combustible, aunque las dificultades técnicas para su producción a gran escala son grandes, aunque, al tiempo, están en proceso de encontrar soluciones.
Además, hay que tener en cuenta que los grandes clientes incorporan en los grandes tenders imposiciones en materia de sostenibilidad y de nuevas tecnologías que obligan a las empresas de transporte de mercancías a estar al día si quieren optar a estos contratos, ya que de no incorporar todas estas novedades, quedarían fuera de estas ofertas.
Así mismo, otro aspecto fundamental y nada despreciable a tener en cuenta en el proceso de electrificación del transporte es el relacionado con los impuestos y tasas.
Las matriculaciones de industriales y comerciales eléctricos crecen con fuerza pero en Europa suponen una cuota de mercado mínima”.
En este sentido, cada vez es más común el establecimiento de bonificaciones en peajes y viñetas para los vehículos menos contaminantes, así como en otros impuestos como los de matriculación o de circulación. En paralelo, también se castiga a los vehículos más contaminantes con recargos.
Un proceso con mucho camino por delante
Todo este esquema de electrificación tiene que llevarse a la práctica, dado que aún parece algo muy lejano a tenor de los registros estadísticos.
En concreto, las matriculaciones de camiones eléctricos enchufables en Europa han crecido un 50,6% anual durante el primer trimestre de 2025, con una cuota de mercado del 3,5%, un 2% por encima de la del año anterior. Con más detalle, los Países Bajos acumulan una cuarta parte de todas las matriculaciones de camiones eléctricos del continente en los tres primeros meses de este ejercicio.
Al mismo tiempo, las matriculaciones de furgonetas eléctricas han aumentado un 32,6% en el primer cuarto de este ejercicio, con una cuota de mercado del 8,7%, que representa un incremento respecto al 5,7% del año pasado.
Además, en los tres primeros meses de este 2025 también se han matriculado un 0,7% más de furgonetas híbridas, aunque solamente representan el 2,5% de la cuota de mercado.

En definitiva, el proceso de transformación energética en el transporte no ha hecho más que empezar.
Las ideas y venidas políticas, así como la falta de un decidido apoyo público y la escasa seguridad jurídica en estas inversiones son factores que perjudican el desarrollo de un transporte más sostenible.
Cada vez parece más claro que la aproximación a la descarbonización debe hacerse con mirada larga y un adecuado despliegue de incentivos que permitan a las empresas apostar por unas tecnologías que benefician a toda la sociedad.
La idea está clara y es innegociable. Está en juego la preservación de la vida en el planeta.
Ahora falta aprender de los errores cometidos en la fase anterior, comprender que el futuro no puede dejarse únicamente en manos de una única opción tecnológica y que todas, absolutamente, todas las opciones pueden ofrecer reducciones de emisiones contaminantes que, aunque limitadas, también pueden ser inmediatas y a un coste asumible mientras el mercado va abriendo otras puertas sobre la base de que la sostenibilidad medioambiental es inseparable, como la cara y la cruz de una misma moneda, de la sostenibilidad económica y social.
Nadie se plantea renunciar a un objetivo ambicioso y factible. Sólo hay que decidir el camino a tomar, sin dogmatismos y con el objetivo claro. Muchos actores están ya en ello.