La carrera tecnológica contra la contaminación (1ª parte)

La próxima década va a asistir al desarrollo definitivo de los vehículos de energías alternativas. Pese a que la electricidad parece que será la hegemónica a largo plazo, en el proceso de transición, diferentes tecnologías están llamadas a jugar un papel clave en la consecución de un transporte más limpio y eficiente.

22/10/2020 a las 9:34 h

La crisis sanitaria parece que no va a ser un obstáculo para la necesaria transformación energética de un parque automovilístico envejecido, sino más bien todo lo contrario.

Sin embargo, el reto no puede representar una vuelta atrás en las prestaciones que ofrecen los actuales vehículos de transporte, en cuanto a velocidad comercial y autonomía, especialmente en un momento de crisis como el actual en el que se necesitan eficacia probada y un suministro estable.

Estas necesidades reducen las opciones disponibles que, a fecha de hoy, aún no están en una fase de desarrollo tecnológico que, conviene reconocerlo, ofrezca el rendimiento que ofrecen los actuales motores diésel, especialmente en los vehículos pesados y que se utilizan en transporte de larga distancia y, consecuentemente, más exigentes por las dificultades orográficas y las condiciones de las vías de comunicación.

En este mismo sentido, conviene no olvidar que los motores de combustión que equipan los vehículos industriales hoy día son fruto de la evolución de una tecnología a lo largo de más de 120 años de historia.

Una trayectoria de investigación y desarrollo que ha conseguido afinar unos motores que ahora más que nunca ofrecen unos consumos muy ajustados, así como una reducción de emisiones contaminantes brutaly que, pese a sus detractores, aún ofrece un cierto margen de mejora.

[sumario]“Pese a su demonización, el diésel aún puede optimizarse más, mediante la mezcla con productos sintéticos o nuevos catalizadores, ya que ofrece un rendimiento difícilmente igualable, salvo por el gas natural, en transporte de larga distancia”.[/sumario]

En las dos últimas décadas, además del propio impulso de la industria, se ha sumado una fuerte presión política, tanto en la Unión Europea, como en otros países avanzados, como es el caso de Japón, que han desencadenado avances en la reducción de emisiones impensables y que aún le permiten a la tecnología diésel poder ofrecer nuevas mejoras medioambientales en los próximos años.

Una combinación muy eficiente

Esta idea refuerza la tendencia natural en cualquier actividad humana en contra del cambio y a mantener lo que funciona adecuadamente, sobre todo si se ajusta como un guante a lo que le piden sus usuarios. Más aún si la fuente de energía, incluso en sus momentos de alza de precios, tiene costes asumibles, sobre todo desde el punto de vista de la relación coste-beneficio.

De igual manera, el desarrollo acompasado que de la tecnología de motores y de la propia evolución de los combustibles ha dado como resultado una combinación muy eficiente desde el punto de vista del aprovechamiento de la energía que produce el combustible diésel, en lo que a transporte se refiere.

Así las cosas, y hablando siempre de vehículos pesados, el futuro a corto plazo augura pocas novedades en la tecnología que mueve los motores de los conjuntos industriales, aunque sí que podrán verse nuevos combustibles, lo que obligará a pensar en nuevos modelos de distribución y suministro.

En este contexto es en el que surgen fricciones entre la decisión política de poner punto final a los combustibles fósiles en un horizonte a medio plazo y la capacidad de evolución que aún tienen carburantes como el diésel, gracias, sobre todo, al desarrollo de combustibles sintéticos y la capacidad de mejora existente en las tecnologías para reducir las emisiones contaminantes a través de catalizadores cada vez más eficientes.

Análisis de las tecnologías alternativas

En este contexto, la pila de combustible se presenta como una tecnología muy prometedora, pero cuyo desarrollo tecnológico aún no parece estar lo suficientemente maduro, como para su implantación comercial en un sector que necesita a partes iguales fiabilidad y rendimiento.

De igual manera, la tecnología eléctricano ofrece autonomía suficiente para largos viajes y, además, el uso de potentes baterías para mover grandes tonelajes implica una penalización sobre la capacidad de carga útil de los vehículos, lo que pone en riesgo su explotación comercial.

Sin embargo, en este contexto, la reducción paulatina en la disponibilidad que se adivina en un plazo más o menos asumible de los derivados del petróleo, obliga a buscar alternativas que, además, permitan reducir el impacto medioambiental de las actividades de transporte de forma decidida.

Así pues, la coyuntura obliga a pensar en el gas natural o en los biocombustibles como una energía alternativa realista.

E incluso la posibilidad de encontrar algún tipo de hibridación entre los actuales combustibles fósiles y la electricidad podría convertirse en una opción para el medio plazo, a la espera de que el desarrollo tecnológico permita un mejor aprovechamiento de la electricidad en el transporte.

Por lo que respecta al gas, sus principales ventajas se encuentran en que presenta unas menores emisiones contaminantes que el diésel y, además, su poder energético está en línea con las necesidades de los operadores.

[sumario]“Los biocombustibles también podrían jugar un papel clave en la descarbonización del transporte, sobre todo en una etapa de transición que podría prolongarse durante toda la década de 2020”.[/sumario]

Sin embargo, entre sus inconvenientes cabe destacar que tanto su almacenaje en los vehículos, así como el repostaje son procesos más complejos de los actuales, aunque se han mejorado en los últimos años.

Las mejoras han llegado a tal punto que el repostaje apenas implica complicaciones, aunque ha de hacerse con mayores medidas de seguridad de las que se utilizan para la operativa habitual con los combustibles diésel o gasolina.

De igual modo, la necesidad de recurrir a motores basados en ciclo Otto, con bujías, supone una menor eficiciencia de la que ofrecen los actuales motores diésel.

Los biocombustibles, por su parte, ofrecen ventajas en su capacidad para reducir emisiones, en que permiten potenciar la economía circular y en que aprovechan los residuos que generan las sociedades modernas.

Además, al ser una fuente de energía regional puede facilitar el abastecimiento y abaratarlo, evitando los largos traslados y procesos que requieren otras fuentes de energía. En este mismo sentido, la producción regional permite diversificar la producción y adaptarla a la demanda como un guante, con precios adaptados la realidad de cada zona.

Por otra parte, una vez que la segunda generación de biocombustibles ya ha empezado a comercializarse, las dos próximas permiten tener esperanzas en que puedan aportar mejoras.

Sin embargo, su poder energético es bajo y pueden presentar impurezas que dificulten el rendimiento de los motores, algo de importancia crucial para la velocidad comercial en los servicios de transporte.

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